por Pietro Salemme
Hace casi un año atrás, en una librería de viejo compré varios libros. Entre ellos uno de poemas, pequeño, con dos siluetas delineadas en trazo fino que simulaban hombres de frente y espalda. vi que el autor se lo había dedicado a una mujer. Pero algo me hizo intuir lo homoerótico. Llegué a mi casa y busqué su nombre en la web. Me aparecieron algunos de sus poemas y todos con comentarios que dejaban lectores admirando su poesía. También dí con en algún momento, el poeta Wenceslao Maldonado (a quien conozco y por quien guardo gran afecto) había presentado uno de sus libros. Lo llamé para ver si tenía forma de ubicarlo.
Hablé por primera vez con Edgardo Gugliermetti y le conté que tenía en mis manos su libro "Donde el cielo no llega", editado en 1997. Le dije que estaba dedicado. Y a quién. "Esa conchuda-dijo jocoso- Lo terminó vendiendo". Hablamos mucho. Y quedamos en vernos. Pero durante un tiempo me fue imposible comunicarme con él. nadie atendía su teléfono. Y como en los viejos tiempos, escribí una carta y la envié por correo.
El lunes de esta semana, casi un año después, me llamó. Luego de una hora de hablar sabía que días después iría a conocer a un poeta que no creía en nada de las grandes cosas que se decían de él, que siempre había escrito porque esa era su función en la vida, pero que le hubiera gustado bailar clásico, que se había ido a probar al Teatro Colón de pequeño pero una eventualidad le había hecho dar un mal paso que le costó el ingreso. Me contó que desde chico, su padre le retiraba los premios que ganaba en concursos literarios porque él era muy tímido. Que prefería la oscuridad, al día. Que tenía un oráculo, como seguramente lo tuvo su amiga Olga Orozco ("Olga leía todo de memoria", imitó su inconfundible voz), que era hermano de Blanche Dubois y había tenido de amigo a Paco Jamandreu. Me habló de otras cosas pero sería suficiente atreverse a su poesía para descubrir su mundo de laberintos por donde a veces uno se deja perder y otras necesita escapar.
Lo que más me inquietó fue una de sus afirmaciones "El oráculo me dice que yo no pertenezco a este mundo. Pero no sé a cual. Quizá al de los muertos".
Cuando llegué, me estaba esperando en el hall del edificio. Subimos los siete pisos por ascensor. Dicen que el siete es un número mágico. Al entrar a su departamento me recibieron sus perras. Y una gata que me miró desde una silla donde le daba el sol. Sabía que a una de las perritas la había rescatado de la muerte segura, en una de las calles laterales del Abasto, su barrio.
Es 30 de Agosto de 2013, aun no amanece. Anoche me dormí rodeado de sus textos. Ocho libros que me dedicó afectuosamente y unas hojas tipeadas a máquina con poemas elegidos para la ocasión. Me siento afortunado. A pesar de que la visita a Edgardo me dejó un fuerte dolor en el pecho, una intensa sensación de angustia y a la vez de gratificación. En unas cuantas horas, Edgardo me guio por mundos de infancia, adolescencia, por rincones donde saber o no saber no impedía nada, me mostró fotos, poemas. Me sentí un invitado a su mundo. Un mundo que rara vez abre sus puertas, porque quizá en algún momento, decidió dejar de hacerlo o tal vez, pocas veces encuentra las llaves que permite el ingreso a otros.
Este es un mundo muy raro. La etapa en que una persona es socialmente respetada y tenida en cuenta es muy breve. No se consideran niños ni adolescentes. Ni a quienes hayan pasado a la tercera edad. Por más vueltas que le demos a las cosas, estoy convencido de que es así. Y yo me siento privilegiado por haber desarrollado en mi vida la posibilidad de escuchar a mis mayores. Aprender a querer hacerlo.
La poesía de Edgardo Gugliermetti solo puedo compararla con la de Alejandra Pizarnik. Pero toda comparación es odiosa. El deseo del poeta no escapa al que por ley natural nos viene a todos: la búsqueda del amor. El amor tiene mil formas, porque no es una cosa, ni una sensación, ni siquiera una palabra. Y en esa búsqueda errante se desarrolla parte de su poesía, perdiéndose en oscuros callejones, en redes familiares, en espejos de otros tiempos, en el sexo de la infancia, las heridas, las auto mutilaciones.
Transitar la poesía es siempre un camino peligroso. No todos logran colocar un margen entre las hojas y los días. Porque es muy fácil perderse en la palabra poética. En las imágenes que generan esos signos que nuestros dedos reconocen sobre los teclados. Edgardo ha publicado cantidad de libros. Pero ya no puede separarse al Ser de su obra. Edgardo Gugliermetti se ha convertido en su propia obra poética, quizá sin quererlo se ha ofrendado a un destino de palabras y papeles e imágenes que vienen de lugares lejanos y que van hacia la eternidad.
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