Te voy a contar una historia. La de este objeto que desde hace años destiné a la Biblioteca.
Para ello, tengo que volver al comienzo de una década: 1990, a mi primer año de secundaria, a un colegio de Hurlingham, de curas, pero mixto. Luego de formar rezabamos un Padre Nuestro, un Gloria y un Ave María. Cada tanto se realizaba una actividad extra y abligatoria los días Sábados, iba el presidente de aquel entonces: Carlos Saul Menem, decía unas palabras, cantábamos el Himno Nacional Argentino, luego se ponía los cortos y jugaba un partido con equipo seleccionado. Mientras que a lo largo de media cuadra se extendían los chorizos y la carne a la espera de ser asados. Pero el alumnado era el convidado de piedra. Lo mejor era cuando uno podía irse y alejarse de las instalaciones del Cardenal. Y de su pequeña capilla donde en mas de una vez me encerré con compañeros a ver revistas pornográficas que llevaba.
Un día de clases llevé en mi mochila con orgullo y cierto fetichismo este objeto de la foto. No causó mucha curiosidad en mis compañeros y compañeras. Pero alarmó al preceptor que teníamos. Un pibe que había pasado los veinte años hacía muy poco tiempo y que seguramente sabía menos de la vida de lo que yo ya sabía con mis quince años. No recuerdo su nombre. Quisiera nombrarlo pero no lo recuerdo. Si que era alto, delgado y se rapaba. No era un skinhead, se dejaba baja el pelo al ras. El preceptor interceptó mi tesoro y se lo llevó a donde suelen llevarse las cosas los preceptores: a la preceptoría.
Este objeto que digo mio. En ese entonces era casi mio. Pertenecía a una de mis hermanas. Pero ese fue el comienzo de la apropiación.
Me pasé el día pidiéndole que me devolviera lo que era mio. Pero se negaba o directamente me evitaba. Al final de la jornada, cuando ya nos estábamos retirando del aula vi que lo tenía en sus manos. Yo estaba indignado, furioso, y algo desconsolado, pensando que nunca lo recuperaría. Pero me lo dió. No enseguida. Lo extendió, y lo sostuvo firme en el aire, casi como esos pastores que blanden biblias en los sermones. Y mirándome a los ojos, me dijo muy firmemente: "Nunca mas traigas al colegio fotos de lesbianas"
Agarré el álbum y me volví a mi casa.
Desde hacía años mi hermana guardaba allí fotos que sacaba ella misma o compraba antes de entrar a los recitales. También había programas, autógrafos y entradas de Opera, el Gran Rex, Shams, La Casona del Conde de Palermo... Las lesbianas, que decía el preceptor (ese pobre tonto) eran mis cantantes preferidas, las que me hacían sentir menos solo al momento de pararme ante el mundo como un chico al que le gustaban los chicos desde muuuuy chico. Eran las que me daban letra y me ensañaban lo que en otro lado no aprendía. Eran las mismas que hicieron que a través de sus canciones que yo no debiera darle muchas vueltas al asunto de "Nunca mas traigas al colegio fotos de lesbianas". Primero porque siempre fue desobediente de los paternalismos autoritarios y berretas, segundo porque ya en ese entonces no creía en el "Nunca" ni el as prohibiciones. Y tercero porque era un pendejo que a pesar de tener pocas herramientas para defenderse, sabía muy bien lo que querías. Y porque al primer recital de Marilina Ross me llevaron a los nueve años. Porque en mi cuarto tenía pegado el poster de cuando Sandra Mihanovich y Celeste Carballo presentaron "Mujer contra mujer". Por eso seguí llevando ese album de fotos de las chicas, mis cantantes favoritas todas las veces que quise. Como un montón de libros que ni asomaban en el programa. Pero este preceptor, debería ser de la clase de personas que solo puede ver lo que le es evidente. Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, le pasarían desapercibido, como le debe haber pasado la vida.
Es curioso un episodio anterior a esto. En mi casa sonaban todo el día los cassettes de las chicas. Yo aún no había ido a ese primer recital de Marilina siquiera y la verdad que las detestaba. Y solía esconder los cassettes. Un día, los envolví en una sabana, me subí a una silla, y tire el bulto en la parte de arriba del placar, bien al fondo. Era un placar enorme, con diez puertas, divididas en dos módulos, y cajonera. Y además, tenía llave. Asi que, también cerré con llave. Hoy me río de ese acto simbólico de encerar en el armario.
No tardé en encontrarme en sus canciones.
Ahora tengo una Biblioteca llena de lesbianas, de travestis, de maricas. Y mirando hacia atrás me enorgullece ver que aquel preceptor (que quizá se fue al baño a masturbar con el álbum de fotos de Sandra, Celeste y Marilina) no pudo amedrentarme. Porque a lo largo de mi secundaria, cada vez que se abría la puerta para hacer un trabajo practico de tema libre yo elegí pararme delante de la clase para mostrar esos recortes, esos videos, esas escenas de películas que hablaban de de lesbianas, de travestis, de maricas. Y debo decir que siempre fue muy positivo. Sobretodo en lo personal, porque me empezaron a ver de otra manera, quizá porque empezaban a entender algo o a descubrir algo diferente a lo que suponían. Tercer año fue el mas duro (ya en otro colegio). Fue tan duro el hostigamiento, el escuchar "puto, trolo, maricón" que cada vez que pasaba que algo me debe haber hecho reaccionar y ganar seguridad. Así empezó ese tercer año de la secundaria, que terminó con una medalla de Mejor Compañero, votado por los mismos compañeros que en el comienzo me agredían. Y con la posibilidad de decirle a otro chico, en un aula vacía, que desde hacía un año, estaba perdidamente enamorado de el. Pero esa, es otra historia...
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