(1978, Bragado) es licenciado en
Comunicación Social en la
Universidad Nacional de Cuyo y
magíster en Periodismo en la
Universidad Torcuato Di Tella.
Actualmente, es subeditor en la
sección Sociedad del diario La
Nación, donde también fue
redactor especializado en Espectáculos. Trabajó como editor en
lanacion.com y como cronista en
los diarios Perfil y El Sol
(Mendoza).
Material Disponible en Biblioteca LGTBI de Carlos Sanzol:
Libros:
-Hembra
Cris Miró
Vivir y morir en un país de machos
Milena Caserola - Buenos Aires - 2016
Ejemplar donado por el autor
Ejemplar dedicado y firmado por el autor
Acá hay sexo.
Acá hay drogas.
Acá hay muerte.
Acá hay una vida.
Este libro trata sobre una vida, la de Cris Miró, la primera travesti que se hizo famosa como vedette en un espectáculo de revistas, un rol que, antes de su aparición, era patrimonio exclusivo de la mujer. En el acto de llevar la diversidad sexual al escenario y a la escena pública, y casi sin proponérselo conscientemente, contribuyó a dar cierta visibilidad a las personas trans que, por entonces, no tenían más destino que la prostitución.
Pero eso sería un conjunto de verdades a medias.
Miró fue también un símbolo de la Argentina de los noventa del milenio pasado. Su irrupción en el espacio público se entiende sólo si se tienen en cuenta los cambios políticos, económicos, sociales, sexuales y morales de un país en los abismos del fin de siglo.
La Argentina era una nación que, como Cris, trataba de buscar su identidad en un espejo que distorsionaba. Se creía en la ficción de estar en el Primer Mundo, mientras, en los márgenes, una hueste de compatriotas se asfixiaba en la miseria como consecuencia de la impunidad y la obscenidad que iban sembrando, con fruición, los machos; esos hombres que se definían por doblegar la ley y acumular dinero rápido y mal habido.
El cuerpo de Miró, paradójicamente, se convirtió en una suerte de signo que explicitó la doble moral que subyacía –subyace– en los argentinos: los espectadores pagaban una entrada para verla en el teatro, mientras el Estado, con sus leyes, condenaba a la cárcel a las otras travestis por el sólo hecho de vestir ropas que no correspondían con su género (el moralizante edicto policial de “Escándalo”).
Al mismo tiempo que se reafirmaba este tipo de valores patriarcales en la sociedad, avanzaba tímidamente un conjunto de prácticas discursivas y políticas que ponían el acento en exigir derechos civiles para las personas gays, lesbianas, bisexuales y trans. La lucha titánica de las organizaciones que las aglutinaban logró abrir una pequeña hendija, desde la que la diversidad sexual se pudo filtrar en el espacio público. Y que puede explicar uno de los motivos que hizo que Miró irrumpiera en esa esfera.
Sin embargo, nunca hubo una aceptación social plena de su figura. Los medios de comunicación y la ciudadanía expusieron los prejuicios propios de la intolerancia sexual. No en vano, cuando ella murió como consecuencia del virus del sida, el 1º de junio de 1999, la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) sostuvo: “Cris Miró tuvo la valentía de ser una persona travesti que se enfrentó públicamente a la intolerancia desde su trabajo y desde su arte. Sufrió la peor de las enfermedades: la discriminación”.
Pero todo lo anterior, también es un conjunto de verdades a medias.
Hay mucho más.
En las páginas que siguen encontrarán la historia de una persona que para construirse luchó contra sus propios fantasmas, pero sobre todo contra los deseos y los prejuicios de los otros.
Su vida, como la de muchos, fue contradictoria, dubitativa, esplendorosa, nocturna, autodestructiva, trágica y repleta de un conjunto de verdades a medias.
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