En conmemoración de la muerte de San Martín, esta entrada muy especial, para recordar el libro, leer un fragmento y ver algunas de las fotos de la producción de difusión del miso.
“El secreto del general”
“…el
general y yo habíamos cruzado una línea de la que no se podía volver
atrás. El cruce de la cordillera fue una verdadera epopeya, digna de ser
recordada con orgullo y bizarría, pero para nosotros dos no fue el
único cruce…”
El secreto del general
es una de las primeras novelas que se atreve a narrar el romance de dos
hombres en el siglo XIX. Está inspirada
en célebres hechos que construyeron la historia argentina y cautivará
al lector a través de sencillos y vibrantes versos, desde los cuales el
soldado Marcos Montenegro cobra vida bajo la afilada visión de Edgardo
Orsino. Los protagonistas mantendrán un amorío
que despertará polémica, pero que al mismo tiempo, pone en relieve un
tópico social cuestionado desde la época colonial hasta la actualidad.
El secreto del general, una historia de amor, lucha y decisión.
Fotos
IG: @denise.giorgio
Tapa: Editorial Dunken
“El secreto del general”
“…el
general y yo habíamos cruzado una línea de la que no se podía volver
atrás. El cruce de la cordillera fue una verdadera epopeya, digna de ser
recordada con orgullo y bizarría, pero para nosotros dos no fue el
único cruce…”
El secreto del general
es una de las primeras novelas que se atreve a narrar el romance de dos
hombres en el siglo XIX. Está inspirada
en célebres hechos que construyeron la historia argentina y cautivará
al lector a través de sencillos y vibrantes versos, desde los cuales el
soldado Marcos Montenegro cobra vida bajo la afilada visión de Edgardo
Orsino. Los protagonistas mantendrán un amorío
que despertará polémica, pero que al mismo tiempo, pone en relieve un
tópico social cuestionado desde la época colonial hasta la actualidad.
El secreto del general, una historia de amor, lucha y decisión.
Fotos
IG: @denise.giorgio
Tapa: Editorial Dunken
Texto contratapa:
Situados en su mayor parte en las Provincias Unidas del Sur durante el siglo
xix, sus personajes viven el encuentro y el desencuentro, la amistad, la camaradería y los romances en medio de guerras.
En
esta novela el lector conocerá el secreto que marcó para siempre la
historia
de un general y su secretario, quienes vivieron ocultando su
injustificada vergüenza y, por momentos, huyendo de lo que puede
significar atreverse a ser. El bien y el mal se resignifican; ambos
soldados buscan, a su manera, desafiar esos preceptos.
Contacto escritor:
orsino.escritor@hotmail.com
Ventas y redes:
Editorial dunken: Ayacucho 357 – CABA
Facebook: @elsecretodelgeneral
Instagram: elsecretodelgral
Fragmento del capitulo 26: Cruzando la línea
“…Al
día siguiente partí con mis cosas hacia Buenos Aires; debía enfrentar
mi destino. Seis largos días demoré viajando, hasta llegar al viejo
cuartel de
Caballería. Antes de presentarme ante mi nuevo jefe, pasé una noche en
el albergue donde me había alojado alguna vez. Alquilé una pieza para
pasar la noche y descansar. A la mañana siguiente, me presenté. Fui a
ver al coronel Martínez de Álzaga. Me recibió
amablemente; me explicó su forma de trabajar. Me preguntó sobre el
cruce y le conté brevemente acerca de esa gesta. Cuando intenté darle el
sobre que llevaba, lo tomó y leyó el remitente.
—Oficial
Montenegro, si usted trabajó con el general y viene de parte de él, no
necesito ninguna referencia suya —repuso devolviéndome el sobre.
Todavía no había llegado la misiva que había enviado él desde Mendoza.
Comencé
a trabajar en mi viejo despacho. Pasaron varios meses; solo recibí una
carta del general donde me saludaba por mi cumpleaños, nada más. No
volví a tener noticias
de él. No había ido a ver a María y su hija Mercedes, más allá de que
me había invitado la última vez que la había visto. Incluso el mismo
general me había encargado pasar a verlas cada tanto, pero no lo hice.
Repentinamente
recibí un ascenso, por el cual comencé a ostentar la jerarquía de
subteniente segundo; durante el otoño siguiente, en 1818, fui reasignado
al Ejército
del Norte como secretario del general Bragado, a quien había conocido
junto a mi general cuando había comandado ese ejército hacía cuatro
años.
Muchos
años transcurrieron, y poco supe del general. Perdí su rastro por
completo. Mi alma no encontraba consuelo por su ausencia y hasta las
manos me dolían de tanto
extrañarlo. Desde que se fue a Perú, no volví a saber nada más de él.
Fui derivado varias veces a distintas unidades, así que supongo que él
tampoco volvió a saber de mí.
En
1825 conocí a Isabella. Ambos éramos jóvenes: teníamos treinta años
cuando nos conocimos. Ella curó las heridas de mi alma con amor, ternura
y paciencia. Devolvió
luz a mis oscuros y tristes días. El recuerdo del general había pasado a
ser como una cicatriz vieja; no dolía, pero estaba presente.
En
el verano de 1826 nos casamos y un año más tarde nació nuestro
primogénito, José. Durante la primavera de 1831, fuimos bendecidos una
vez más. Una mañana lluviosa
de septiembre, nació nuestra segunda hija, María Soledad. Pude entender
lo que me decía mi general al ver a mis hijos crecer sanos y hermosos,
jugar y sonreír; al sentir que cada noche mi esposa me esperaba al
llegar del regimiento. Mi hermosa familia me recibía
con abrazos y cariño; comprendí la diferencia entre tener una casa y
tener un hogar.
Esa
obscura y calurosa noche de agosto de 1850, estuve esperando que el
sueño me venciera, pero solo llegó una húmeda y nublada mañana. Febo
parecía no querer salir.
Me planteé desde entonces una y mil veces por qué no había esperado,
por qué me había rendido, por qué está latente en la naturaleza del
hombre valorar lo que alguna vez tuvo cuando lo pierde para siempre. Lo
imaginé cada otoño, al ver las calles cubiertas
con hojas secas como alfombras que crujen al pisarlas, caminando por
las alamedas mendocinas, mirando la caída del sol y el cálido reflejo de
los árboles que alguna vez habíamos observado juntos mientras
fantaseábamos con recibir ahí mismo la vejez, viéndonos
envejecer el uno al otro recordando los paseos de nuestra juventud.
Allí lo imaginaba, solo, con su sobretodo azul, un sombrero, el
cigarrillo entre sus dedos y el humo del tabaco saliéndole por la nariz;
ensimismado en aquel hermoso paisaje, sabiendo que
en su mente estaba yo.
El
general estuvo solo desde 1823, cuando falleció María. Si lo hubiera
esperado, quizás podríamos haber ido juntos a Francia, donde nadie nos
conocía. La historia hubiese
sido diferente. Era tarde para ese tipo de planteos: el general ya no
volvería a estar a mi lado nunca más. Y solo podría vivir recordando
aquellos vívidos e intensos momentos de cuando alguna vez había sido
feliz junto al gran general.”
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