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16/4/20

Textos de Ernesto Garcia Yude elegidos por el mismo


Textos de Ernesto Garcia Yude elegidos por el mismo para la Biblioteca LGTBI "Oscar Hermes Villordo"

Un poema de "Lucero... árbol..."

"Lucero...árbol..."Entonces era Madrid Fue en el café de Gijon donde lo conocí una tarde que vagaba por Madrid Andaba desprovisto en el destierro amenazado de dolor y desamparo tanto sufrir lejos de la patria nostalgia que mataba y peor la soledad Entré y pedí un tintillo. Desde una mesa un griterío de risas y festejos –Son artistas –pensé. Veía el desparpajo y la despreocupación la arrogancia olía a libertad se adelantó y me dijo; –Ven chaval, ¿Cómo te llamas? ¿De Argentina eres, no? – Si. Soy Yudé, soy escritor –Ven, siéntate con nosotros para mantenerte vivo Y tendiéndome su mano agregó: –¡Ah! Soy Picasso.


Un poema de "Melodía serrana"


                          Abárcame

Abárcame

             Abárcame en la noche aceitosa y sin límites

             de crujientes maderas y ánforas vertidas

Abárcame en la noche imprevista coronada de lunas y presagios

             con la seda imperiosa rozándome los labios

hazme sentir tus ligaduras en lo más hondo

             de lo puro lo inmoral y lo profano apriétame muy fuerte

             con tu certero abrazo de múltiples tentáculos 

hasta rasgar mi piel hambrienta y estrujarme el corazón hecho de arena

quiebra en mi garganta el ansia de sed amándote sin tregua

festejare ese instante el intenso dolor de tenerte a mi lado

perdidos sin salvarnos

Abárcame por fin te ruego para lanzarnos juntos al abismo

              que engendró mi locura y mi vigilia caiga en descontrol


              cuando en tu voz el sueño arrugue sus pliegos hincados de cansancio.



Un cuento de "Con una madre así"

                Los panes del desvelo
                           (Un cuento de navidad)
                                             Por Norberto García Yudé

     Magdalena se cansó de dar vueltas y más vueltas en el mugroso catre. Los ojos abiertos de par en par. El desvelo le ganó. La venció el cansancio. La impotencia. Vivir con tanta  lucha. Tanta. Secaba sus lágrimas en silencio. El pañuelo estrujando su boca. No quería que los chicos la oyeran. Se sintió deshecha. Las puntadas en el estómago volvían una y otra vez. Ella era capaz de soportar el hambre. Pero; ¿y los chicos? Los chicos no.
Sin hacer ruido se levantó. El piso de tierra no emite sonidos, no. Es fácil. En un rancho pobre todo se hace sin dificultad. Les estiró las cobijas porque estaban destapados. Los miró un instante. Esas cabecitas inocentes le estrujaban el alma. Sus hijitos tenían prioridad. Ellos ante todo. Dormían juntos en la cama grande como conejitos. Apretados. Ajenos a la realidad. Sin futuro. Unos apoyados en los otros. Por hoy. Mañana, mañana quien sabe. Nadie sabe.
—El abrazo de la vida es tan raro, tan cruel…— pensó.
Era la primera vez que en vísperas de navidad no tenía nada para darles de comer.
Desde que el marido la abandonó había trabajado de cualquier cosa, sin miramientos, para llevar el alimento al hogar. Fue una fiera cuidando a sus cachorros. Pero hoy, hoy no tenía nada. Sus manos estaban vacías.
Se dirigió a la cocina. ¿A qué? Si no hay nada. Llorando amontonó un poquito de leña que quedaba en el precario fogón y la encendió. Se están acabando hasta los fósforos. Dejó encima la pava retinta.
Por el ventanuco sin cortinas entraba una claridad rara. Miró sin ver. La hora de la madrugada no era para que hubiera esa luz.
En el mate volvió a usar la misma yerba que, puesta a secar al sol ya había usado varias veces. No tenía gusto pero, por los menos el agua caliente le daba sensación de que estaba tomando algo.
Otra vez la bombilla tapada.
Sobre el tablón que utiliza de mesada, sólo hay un mísero puñado de harina en un paquete arrugado, unas hojitas de laurel que levantó ayer cuando volvía a la casa y una ramita de romero. En una taza cachada un huevo roto, se conservaba en buen estado aún.
Desolada miro el magro capital de comestibles que disponía. No había nada más. Nada.
La brisa fresca la había despejado. Abrió la puerta y salio a la galería. Mate en mano observaba el panorama estático de la noche. El cielo repleto de estrellas. Quietud. Paz. El Silencio. Acogedor. Reconfortaba. Una armonía perfecta. ¿Qué desconocida sensación era esta que le recorría el cuerpo, cubriéndole toda la piel?
En la penumbra se dibujaba el contorno del horno de barro. Tantas veces había cocinado en él. Pero hoy, hoy si que no tenía que poner.
—Ojalá siempre fuera así….esta quietud. — Abatida dio la vuelta y volvió a la cocina.
Se deslizó en la silla de paja. Pensaba y pensaba que podía hacer, de dónde sacar plata.
¿Con que los alimentaría cuando se despertaran? Cuánto dolor. Que amargura.
Los ojos imbuidos de pena fijos en la improvisada mesada, de pronto van de la harina a la taza y de la taza, a la ramita de romero y el laurel. Así repetidas veces.
—No, no me voy a dejar vencer….aunque no tenga levadura…lo voy a hacer…
Con sensación de huesos rotos se levanta y recomponiéndose se encamina a la mesada.
—No me voy a dejar vencer, no me voy a dejar vencer… ¡Dios mío, por favor ayudame, dios mío por mis hijitos te lo ruego!…— rezaba poseída de una sorprendente serenidad. La cabeza inclinada, mientras mezcla los ingredientes para hacer la minúscula masa.
Una lágrima desprevenida se precipitó en el montoncito de harina.
El grillo cantó la última copla de la noche. Leve, muy leve un aire repentino le acaricio las mejillas. Pero ella estaba en otro mundo.
Concentrada en su labor ni cuenta se dio. Por su ventanita cruzaba el lucero del alba. Tampoco se percató de ese destello de luz que cayó sobre su espesa cabellera. Amasaba y amasaba con energías nuevas, con furor desconocido. Bríos renovados. Dejó la pequeña masa que había logrado y fue a calentar el horno de barro.
Cuando volvió a entrar, quedo atónita. La masa había crecido de manera desmesurada.
Multiplicándose ocupó a lo largo y a lo ancho toda la mesada.
Ahora podría hacer pan aromatizado para un ejército.



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