Una de las cosas que guardé de mi mamá es la lata de los botones. En realidad son dos latas del tamaño de un bizcochuelo meadiano, una as oxidada, la otra color plata y con un una textura rugosa las dos, llenas de surcos, como si fueran el mapa de un laberinto. Las guardaba una sobre otra en uno una una mesada de la cocina, junto a las pomadas para lustrar zapatos, los cepillos, el Blem y la gamuza. Abrir la puerta de ese bajomesada me transportaba porque la combinación de aromas era única. Abrir esas latas era otro viaje: también tenían su olor. Y sus colores: toda clase de botones, hilos, pedacitos de tela y agujas sueltas que si no estabas atento te las clavabas. Cuando murió mamá fue una de las primeras herendicas que me auto adjudiqué.
LA CAJA DE BOTONES DE GWENDY de Stephen King y Richard Chizmar nada tiene que ver con estos botones para ropa a los cuales muchas personas le tienen incluso fobia. Se trata de botones pulsadores. Es un libro de 186 páginas y podría asegurar que toda su hipótesis está en un párrafo de la página 180.
La doble autoría me resulta sospechosa. Vaya uno a saber que cosas hay detrás. Pero que cada un@ saque sus hipotesis sobre el caso.
Si fuera un vino (en realidad, el marketing hizo que a cualquier cosa se le agregaran las famosas "notas a" que solo apelan a un recuerdo neuronal mas que al sabor real) diría que tiene notas ¿de? ¿a? "Carrie". Y notas a King.
Me ocurre con libros y películas que suelen ser sosas pero que tienen un gran final. Es pura técnica. El lector/espectador se queda con la ultima sensación generalmente. Estrategia. Y este libro tiene eso, un desarrollo que no toleraba ya las 186 páginas y se define de manera épica dejando una analogía que a mi, casi me hace llorar. Y el punto de la caja de botones... Sería contar por demás. Pero pensemos en cosas con botones. Pensemos en lo que nuestros dedos pulsan cada día.
Curiosamente, esta tarde, un conocido, que no es ni amigo, solo un conocido me escribió para decirme que tenía una vieja Olivetti Lettera 22 para regalarme si estaba dispuesto a aceptarla. Recordé las décadas que pasé produciendo textos en máquinas de escribir. Incluso creándome un espacio, alejado de la casa, en uno de los galpones, para que no se oyera el tipeo por las noches y me censuran la escritura.
Pietro
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